Que sanar sea una aproximación y una aventura, sea una transformación que da forma y un cauce donde permito que los potenciales virtualizados, inhibidos u olvidados por viejas dinámicas sean explorados y florecidos en una nueva visión que se realiza.
Tengo el honor y la dicha de poder acompañar a las personas en sus procesos de sanación y desde hace años me incluyo con consciencia, íntimamente en el proceso. ¡He sanado tanto! Por eso sigo escribiendo, para compartir estos alumbramientos, claridades que aun efímeras, pasajeras, transitorias, pueden ayudar a abrir caminos y a alumbrar posibilidades, pueden colaborar para que este mundo y nuestra experiencia humana en él sea más dichosa y plena. Esa es mi intención.
Ahora bien, cuantas son las posibilidades y cuales las prioridades, en que área, dimensión o circunstancia de vida necesitamos intervenir, con que disposición o desde que prerrogativa. ¿Con qué contamos para semejante evaluación y desde donde decidimos sin una obcecada arbitrariedad?
Antes aun de esto… ¿Qué es sanar[1]? ¿Dónde reside la oportunidad de sanar? ¿Qué permite a alguien sentirse capaz de sanar? ¿Para quién sanar es una empresa lo suficientemente motivadora como para emprender transformaciones de vida desde cambios de creencias y hábitos con raigambre familiar y cultural, pasar por crisis de abstinencia por adicciones, despedirse de relaciones de dependencia que restringen más que posibilitan, donde cada uno de estos cambios, incluyendo la regeneración celular, implica cambios estructurales, dinámicas metabólicas, posturas fibróticas y endurecidas, vitalizar tejidos tiesos y olvidados por la sensibilidad y la atención?
¿Cuándo nos creímos la insensata idea de que la salud podía venderse en la farmacia? ¿De qué una “pastilla mágica”, tenga el nombre de alguna industria farmacéutica o de algún compuesto mágico y secreto emergido de alguna extraña etnia podía ocuparse de asuntos que no le consiernen, que podía sanarnos solo así, ingiriéndola?
Quizás el primero de los desafíos es aceptar la realidad, “someternos al destino”, no al destino futuro, a este destino presente[2] que es lo que es, me parezca o no, me guste o no. Cuanto hacemos para mirar para otro lado, negar lo que ocurre, distanciarme afectivamente, justificar mis razonamientos que me mantienen “a salvo y distante”, emborracharme o ingerir otra sustancia adictiva que me anestesie y aletargue, correr con hiperactividad o encerrarme con inhibición y ausencia de creatividad y de risas. Es clara la oportunidad que nos da el mirar hacia mi mismo, aceptar mi condición y lo que me ocurre, asumir la mejor actitud que hoy puedo asumir para emprender el viaje, el viaje hacia una profunda transformación, real, cotidiana, de reinventarme y cambiar lo necesario y lo que elijo.
Quien no acepta sus errores, las actitudes que sostuvo y justificó y que no fueran inocuas sino enfermantes, los propios excesos o deficiencias, los mecanismos de manipulación, control, resistencia, autodestrucción, la sombra, quien no acepta no puede aprender, porque es bastante claro que no podemos cambiar aquello que no atendemos y mucho menos aquello que no conocemos. Aunque no significa que finalmente aquello cambie con o sin mi anuencia. Hay procesos que se nos escapan a nuestro control, hay convergencias evolutivas, emergencias imparables de aquellos sistemas de los que formamos parte y eso incluye al cuerpo. ¿Quién puede controlar un infarto fulminante?
Quien solo acepta sus errores, no avanza, tampoco puede crecer. Aceptar es solo el primer paso. A partir de ahí tengo que visualizar mis posibilidades, conectar con mi luz, mis virtudes, mi fuerza, mi herencia que en potencial infinito espera ser realizada… si a partir de los primeros pasos no encuentro sentido y sustancia para el siguiente, lo más probable es que caiga de rodillas, culpable y triste, autocompadeciéndome en vez de aprovechar la contingencia, el dolor, lo incierto, la calamidad como una oportunidad.
La realidad puede ser tan insoportable como la mejor versión de mi mismo, y ambas son imprescindibles para sanar. Sanar es a la vez recobrar un estado armónico, llevar al cuerpo[3] a condiciones sanadoras o fisiológicas en situaciones aprendidas (en relación a su historia evolutiva) o más armónicas, como por ejemplo suspender productos químicos, transgénicos, refinados, tóxicos ambientales, agua desmineralizada, todas circunstancias nuevas y difíciles de manejar y darle nutrientes orgánicos, oxigenación y ejercicio regular (fuerza muscular, condición cardiovascular, flexibilidad y coordinación motriz), es tanto llevarlo a espacios más habituales para la historia evolutiva como acceder a nuevas instancias, marcar pautas de aprendizaje y aprovechar las contingencias y variables que parecen adversas como oportunidades de crecimiento, por ejemplo de una situación de violencia que me pone en peligro y desencadena un trastorno de estrés postraumático, emprender un proceso de empatía con las víctimas, aumentar mis recursos personales para el manejo del estrés y abrirme a nuevas relaciones y afectos.
El cuerpo y la realidad externa sigue siendo el maestro incómodo, crudo, también preciso aun enigmático. ¿En qué libro o que curso puede sacarme del atolladero? ¿Quién me resuelve la vida, quien me lo dice, quien me sana? Aun pasando por procesos de necesario empoderamiento y restablecimiento de las bases mínimas necesarias para pararme en mis pies y caminar por mi cuenta, sanar nos invita a un proceso de empoderamiento y alumbramiento de potenciales, de instancias que virtualizadas o inhibidas necesitan expandirse y mostrarse desde adentro y hacia fuera… desarrollar una capacidad, poner un límite, atreverme a vivir un sueño, reconocer el maravilloso ser que soy, y conmigo quienes me antecedieron y quienes vendrán.
Ojalá te atrevas al viaje, es hermoso, a veces duele, hay que pasar por crisis y por desventuras, renunciar a fantasías y tocar viviendo sueños que se materializan, sanar es siendo, luz y sombras, en una dinámica e incierta aventura.
Dr. Gabriel Oscar Bertona Chiaraviglio
Febrero de 2017,
Cocreador del programa “El Síntoma y su función”
[1] Para ampliar la definición leer:
¿Realmente quiero sanar? en https://elsintomaysufuncion.com/?page_id=350
[2] Ya que el presente tiene esta triple perspectiva… es puerto de partida, a la vez es puerto de llegada y a la vez es lo único que existe, incluyendo el aspecto irreversible del tiempo.
[3] Entiéndase cuerpo no como desalmado y descontextualizado y aun sin biografía, cuerpo como totalidad y parte, con su dimensión física, psicológica, sociocultural y espiritual, en el tiempo y dependiente de una complementariedad ecológica, emergente y sumergido en una constelación de sistemas.