¿REALMENTE QUIERO SANAR?
Replanteando mi compromiso y la oportunidad de clarificar los pasos a seguir
Sanar para nosotros es transformar las complejas causas del proceso de enfermedad, es llevar mi vida a otro nivel, y expresar de mi mismo nuevas maneras, creativas, que me saquen de un proceso de estancamiento, o de debilidad, o de minusvalía.
Sanar trasciende el aspecto material y efímero, corporal, le da sentido y propósito a la experiencia que vivo. Sanar es aceptar lo que tengo y lo que hay, y transformarlo en oro.
Sanar es entonces sacar lo mejor de mi en esta circunstancia, ser mejor persona, e impulsar a familiares y allegados a dar también lo mejor de ellos, sanar es una oportunidad evolutiva, que tomo o dejo, que tomamos juntos o dejamos juntos. Así como hay medicinas individuales (o medidas terapéuticas que asumo de manera individual), las hay sociales y familiares, y no podemos sanar en plenitud sino sanamos juntos. Así como no hay consciencia sin sociedad y cultura, ni culturas sin individuos, así como no existe el yo ajeno al tú o al nosotros, así ocurre con el proceso de sanación.
Nos hemos ocupado de avanzar en diferentes formas de tratar el dolor, calmarlo, quitarlo, cortar lo malo o enfermo, nos hemos ocupado con mucho dinero e inversión en generar analgésicos más potentes y efectivos, con menos efectos adversos o indeseables. Nos ocupamos mucho de estar cómodos, de esforzarnos lo menos posible, ya no tenemos que salir de un cuarto con una computadora para hacer solicitudes, pagar cuentas, trabajar y pedir un acompañante nocturno. Hemos trabajado duro para tener a la mano “cosas” para calmar angustias y carencias como el azúcar o los postres, alcohol, tabaco, drogas, ropa, y todo lo que se te ocurra. En general esto no sana nada ni satisface de manera profunda, solo tapa y oculta, niega y rechaza lo que pueda implicar que tengo que cambiar actitudes y hábitos, satisface necesidades temporalmente para después volver a consumir y comprar y seguir sosteniendo la carencia y por ende la dependencia con el bien de consumo. Solemos evadir a través del consumo la responsabilidad sobre lo que nos pasa, sobre nuestra enfermedad o síntomas y nuestra disposición a transformarnos.
Si mi situación económica no lo permite, y el acceso a estos “satisfactores” es limitado, entonces seguramente calmo mi angustia camiendo o emborrachándome por ejemplo, o me convierto en delincuente, o caigo en la inercia de la repetición autómata de los patrones aprendidos (esto significa que no hago la diferencia, repito lo que mamá o papá hicieron, me dedico a la misma profesión a actividad, trato igual a mis hijos, como ellos me trataron, y creo lo mismo sobre la vida, el amor o Dios).
No quiero decir que estas sean las únicas salidas, sino más bien, son salidas practicadas frecuentemente y habitualmente con poca consciencia de ello. Este artículo está destinado a reflexionar sobre estos puntos, para fortalecer aspectos virtuosos, y cambiar aquello que me enferma, si así fuera mi necesidad y elección.
¿Qué implicaciones tiene hacerme responsable de lo que le pasa a mi cuerpo, su salud o su enfermedad?
Un psiquiatra de Stanford pretendía demostrar que era perjudicial en pacientes la idea de “me provoqué el cáncer”, ya que esto generaría sentimientos de culpa y empeoraría la evolución. Al cabo de 10 años de seguimiento las pacientes que habían recibido terapia psicológica tuvieron el doble de sobrevida de las que no habían tenido. Esa es la primera implicación, si me hago responsable puedo cambiar cosas, actitudes, circunstancias, creencias, puedo sanar y me empodera la responsabilidad. Al mismo tiempo, me desafía.
Si tengo que cambiar mis hábitos alimenticios o de actividad física, dejar una adicción, o cambiar mis creencias, si necesito cambiar de trabajo o esforzarme en realizar algo que nunca me atreví, expresar lo que siento y sentirme vulnerable, o salir de una posición cómoda de relativa seguridad, entonces voy a tener fuertes resistencias a sanar. Lo que se ha repetido muchas veces se vuelve un patrón que se repite irracional y automáticamente, y cambiar esas actitudes requiere de esfuerzo, voluntad, amor, fe, confianza, y muchas cosas más. Aquí se centra la pregunta más importante de este texto… ¿estoy realmente dispuesto a cambiar lo necesario para sanar? Solo de ese compromiso y claridad, podrán salir las fuerzas necesarias, la creatividad necesaria y el propósito necesario.
¿Para qué sanar?
Sanar en sí mismo puede ser un objetivo, pero de ésto habitualmente no obtenemos el cúmulo suficiente de motivación, porque inmediatamente subyace el interrogante de ¿y luego qué? En este sentido es análoga a la pregunta de: ¿para qué vivo o existo, para qué despierto en las mañanas?
Si tengo que dejar de fumar por mí mismo, eso puede no ser un objetivo suficientemente motivador, porque aprendí que yo no soy suficientemente valioso, o no importo, o fui educado para hacer y moverme a través de la exigencia externa y por otros, pero se potencializa cuando un familiar cercano muy querido por mi muere de cáncer de pulmón, y yo me planteo la fuerte necesidad de acompañar a mi hijo recién nacido hasta su adultez, entendiendo que es mi ejemplo lo que le enseña, así como yo aprendí de mi padre. Mi propósito es claro y firme, así como me doy cuenta de las consecuencias en mis seres queridos del ejemplo que doy, especialmente dolido por la muerte de mi familiar, esto es un fuerte impulso que podemos aprovechar para sanar. Mi propósito es ser un padre congruente, y dar el ejemplo de sí se pudo, así como disfrutar de la vida de mi hijo en su expresión más bella.
Como decía Viktor Frankl, el sentido hay que encontrarlo pero nadie te lo puede dar, y no hay ninguna experiencia que realmente carezca de él. Uno mismo se aventura en su búsqueda, si quiero y me atrevo a la experiencia que la viva me regala. El sentido puede ser experimentar o hacer algo, realizar algo nuevo y creativo, amar o sentir algo distinto, transcender las viejas maneras o en experiencias desesperadas convertirme en mejor persona, aprender algo, salir fortalecido.
¿No sentir dolor significa que está todo bien?
El sufrimiento o el dolor como experiencia subjetiva es mucho más que un impulso eléctrico, un tejido dañado, o un estímulo químico o físico doloroso, tiene componentes culturales, familiares, cognitivos como la memoria que permite su re-conocimiento, las creencias que constituyen nuestras actitudes frente al dolor, los conceptos que nos permiten asignarle representación, significado o categorías, los afectos que nos permiten asignarle valor, y otras más. Las endorfinas endógenas son miles de veces más potentes que la heroína, un reconocido analgésico, y esto implica que podemos desensibilizarnos, anestesiarnos o tener una hipersensibilidad o incluso dolores crónicos donde la vía del dolor sufre modificaciones a largo plazo, aun sin haber estímulo presente. La percepción entonces es entendida como una proyección de conocimiento previo, y no solo como una recepción de información del ambiente, donde existe una clara penetración de la cognición en la sensación más primigenia.
Estas diferentes posiciones frente a la experiencia de dolor o malestar hacen que puedo no sentir “nada” y estar al borde de la muerte. Por eso insisto en la reconexión corporal, en el adiestramiento de sentir y nombrar mi mundo interno, para poder canalizar el lenguaje corporal a través de las sensaciones.
También solemos tener la idea que porque controlo la expresión externa de una emoción, esa emoción no está ocurriendo en el cuerpo. La parte que puedo controlar es una mísera parte, además de eso se desencadena toda una respuesta corporal inconsciente… el efecto sobre los músculos, las vísceras, la presión arterial, la temperatura corporal, el sistema inmunológico, los moduladores o neurotransmisores cerebrales, etc. Una emoción reprimida o controlada, sin ser canalizada constructivamente, encausada a través del proceso consciente, termina somatizando esa tensión y extendiéndose a la enfermedad.
Si a lo anterior sumamos que percepción y acción están adheridos, entonces también es relevante que “sentimos” en relación directa con los que “hacemos”. Por ejemplo, para un cirujano que incide un cuerpo con un bisturí es inapropiado e incluso inconveniente ser empático en exceso con el dolor de su paciente, entonces genera mecanismos de desensibilización para realizar su labor.
Puedo “no sentir” o lo que siento no saber nombrarlo (no está categorizado o me enseñaron que los hombres “no lloran”), o estar tan inmerso en una situación crítica y estresante, que mi atención está puesta en otro lado, o bajo el influjo de mis mecanismos de defensa, pero eso no significa por mucho, que no pasa nada. Pasa todo a espaldas o no, de mi consciencia, y por esta razón la capacidad de estar consciente en tiempo presente, la contemplación, el sentir, son también habilidades o disposiciones útiles a aprender.
¿Qué podría obtener de estar enfermo que impide que pueda sanar?
De la enfermedad o del rol de enfermo obtenemos muchas cosas, por ejemplo seguridad, atención, amor, si estoy enfermo puedo pedir ayuda, no estoy presionado por hacer cosas que me angustian, puedo mantenerme aislado con una justificación válida socialmente. De la enfermedad puedo obtener energía o motivación para hacer cosas, sentido de vida. Al estar enfermo puedo sentirme menos vulnerable y lo puedo utilizar como un mecanismo de defensa, por ejemplo en la obesidad, engordo para que los hombres o las mujeres no se me acerquen, para no gustarles. Al estar enfermo puedo otorgarle sentido de vida a mi madre, que vive para cuidarme y sentirse útil o necesitada por alguien, o puedo revelarme a mi padre, que se siente invencible y todopoderoso, y yo defiendo una posición enfermiza y de vulnerabilidad extrema para oponerme a su autoridad castrante. Y estos son solo algunos ejemplos.
Es prioritario tomar consciencia sobre estas ganancias secundarias o intenciones positivas, para poder sanar, sino fuera así es probable que este sea un impedimento, ya que son razones “vitales” y de “sobrevivencia” desde el punto de vista simbólico. Al tomar consciencia de lo que obtengo de estar enfermo, puedo obtenerlo de otra manera, satisfacer esa necesidad por otra vía o cambiar mis prioridades o sentido en la vida.
Áreas a revisar para replantearme lo que estoy construyendo en mi día a día y sus consecuencias:
Nutrición: comer sano, rico, como una experiencia para vincularme con los demás, y esto inmerso en un mercado de la alimentación que manipula con deseos de acumulación de riqueza lo que comemos, cada vez menos nutritivo, creativo y placentero, vuelve esta área especialmente importante y requiere de nosotros una atención esforzada. En general, pero esto es individualizable para cada persona, recomiendo alimentos orgánicos, verduras y frutas crudas, menos grasas, carnes y fritos, verduras y frutas de estación, menos azúcares refinados y lácteos. Evitar conservantes, químicos, colorantes.
Actividad física: somos y estamos evolutivamente preparadas para el movimiento, nuestro cuerpo se estanca y enferma en el sedentarismo. Por muchas razones es recomendable la actividad física, pero como en otras áreas, en lo físico también proyectamos nuestra baja disposición al cambio y al movimiento. Hacer ejercicio aeróbico, liberar articulaciones y sistema osteomuscular de tensiones y contracturas, favorecer la circulación y la oxigenación, utilizar menos el auto, y más los pies, y la actividad física como una medicina antidepresiva o ansiolítica.
Satisfacción afectiva y tiempo dedicado a los vínculos afectivos: es importante amar y sentirme amado, y sino me ocupo de ésta área, como nos pasa a muchos hombres, es probable que proyecte esta necesidad en mi amor por el trabajo o las metas, o la cerveza o el fútbol. Dedicar tiempo y disposición a mis vínculos afectivos, expresar mi afecto con libertad, dejarme amar, favorecer la comunicación sincera, con claridad, son vitales para la salud integral. Salir de las dependencias afectivas, liberarme de la necesidad de que “tú me ames”, y que otro me “haga feliz” también son buenas recomendaciones. Así como la salud, mi felicidad merece y requiere de mi responsabilidad.
Satisfacción laboral: esta área como la proyección de mi desarrollo, de mi productividad, de sentirme útil para los demás y el mundo, donde puedo reconocerme y valorarme, especialmente para las mujeres en nuestra cultura, es importante para la salud integral. Si solo me reconozco útil como madre por ejemplo, y ahí fundamento todo el sentido de mi vida, es probable que entonces me deprima y me sienta vacía o trate de manipular, cuando mis hijos se conviertan en adultos y se independicen.
Propósito de vida: ya hablamos de ésta área, y como comentario moderador, es importante no convertir mis propósitos en fuentes de frustración. El propósito debe ser considerado una visión adaptable hacia el futura, no una expectativa rígida. Hacía el futuro desde el presente, desde hoy, desde ahora, no mañana. Solo desde el tiempo presente y desde la acción reparadora podemos sanar en profundidad.
Adicciones: es importante tomar consciencia y satisfacer u ocuparme de la carencia o lo que evado o tapo con cualquier adicción. El problema no es la adicción en sí misma, sino el dolor o el sufrimiento que trato infructuosamente de calmar. A veces por evitar una crisis o un conflicto, me hecho el conflicto encima.
Sexualidad y pareja: como otro importante satisfactor, y área de expresión afectiva, corporal, gozosa, erótica, es importante ocuparme de sentirme sexualmente pleno. En nuestra sociedad todavía la sexualidad está minada de represiones, de vergüenzas y culpas, de miedos, de abusos y otros factores patologizantes o enfermizos. Una sexualidad plena y amorosa, sana, expande, rejuvenece.
Hijos: son para la mayoría un área de propósito y expresión de mi mismo, y por lo tanto en donde proyecto mis frustraciones, mis valores, mi expectativas no cumplidas, y también un área de regocijo y amor. Es importante aprender a ser padres y ser hijos, aprendiendo de los errores de otros padres, de los nuestros, y de toda la investigación y trabajo que se ha realizado con ese fin.
Entre otras.
Dr. Gabriel Oscar Bertona
“El Síntoma y su función”, febrero de 2013.